Artículo de opinión ciudadana
“Debemos al rey Jaime I nuestro nacimiento como pueblo cristiano, porque pueblo ya éramos antes”
Debemos al rey Jaime I nuestro nacimiento como pueblo cristiano, porque ya éramos pueblo antes. Pero la percepción del monarca que fue Jaime I es diferente para las distintas comunidades que formaron parte de la Corona de Aragón.
Porque, aunque muchos quieran creerlo, el concepto de Corona de Aragón nunca evolucionó hacia una “nación”. La Corona de Aragón se componía de cinco estados –en ocasiones, seis e incluso siete– con leyes, fronteras e intereses diferentes, que provocaron más de un enfrentamiento entre ellos.
Jaime I es un ejemplo de lo que digo. Jaime fue rey de Aragón, rey de Mallorca, rey de Valencia, conde de Barcelona y señor de Montpellier. En cada uno de estos territorios dejó una huella, que mereció un juicio diferente. Y es que en la Edad Media es cuando aparecen los reyes míticos que forjaron las naciones de la Edad Moderna, es en esa época cuando vivieron los personajes que llenan nuestras leyendas y los cuentos tradicionales.
Para los aragoneses, Jaime I fue un mal rey. Aunque Aragón realizó el esfuerzo decisivo en la conquista de Valencia, con señores como Pedro Fernández de Azagra, o las milicias de las villas de Teruel y Daroca, la declaración de las nuevas tierras como un reino independiente y con leyes propias cortó la salida al mar del antiguo estado. Por otro lado, Jaime delimitó las fronteras entre Aragón y Cataluña, favoreciendo a la segunda al adjudicarle Lérida y Tortosa, que originalmente formaban parte del primero. La compensación con las tierras de Cantavieja y Mosqueruela, inicialmente valencianas, no compensó a los aragoneses, que desde ese momento sintieron escasa simpatía por el monarca conquistador.
Tampoco los catalanes lo tienen en su nómina de soberanos favoritos. Jaime I renunció a las tierras y señoríos de Provenza y el Languedoc, y segregó de Cataluña las comarcas del Rosellón y la Cerdaña, adjudicándolas al Reino de Mallorca. Para muchos historiadores catalanes, Jaime I dilapidó la herencia de los condes de Barcelona y su paciente labor establecida al norte de los Pirineos. Además, Jaime I tenía una concepción patrimonialista de la Corona: los reinos eran suyos y podía repartirlos entre sus hijos, como así hizo. Desde 1242, fecha de su primer testamento, hasta 1276, cuando murió en Alzira, Jaime realizó varios repartos, dejando en uno de ellos un Reino de Valencia totalmente independiente, que debería heredar su tercer hijo, Jaime. Finalmente, solo le sobrevivieron tres hijos, dos de los cuales fueron reyes: Pedro, que heredó Aragón, Valencia y Cataluña; Jaime, que fue rey de Mallorca; y Sancho, que sería arzobispo de Toledo.
En cambio, para los valencianos, Jaime es nuestro gran monarca. Es el rey que quiso que fuésemos valencianos y nada más, y que no consintió que acabáramos siendo un apéndice de Aragón o del Condado de Barcelona. Es el soberano que conquistó esta tierra con la espada, pero también con pactos y compromisos.
Nos dio leyes propias, los Fueros (1261), que nos rigieron durante casi 500 años; nos dotó de los instrumentos que nos permitieron crear instituciones pioneras en toda Europa, como el padre de huérfanos o el afermamozos. Para no depender de la nobleza en la defensa del territorio, nos permitió tener milicias, con banderas en sus colores, que después darían origen a nuestra Senyera.
Jaime I no es para los valencianos el rey disoluto y caprichoso de los aragoneses; no es el rey temeroso e indeciso de los catalanes. Para nosotros es el rey fundador, fuerte, el padre de nuestra nación. Es el rey que fundó Castellón; el monarca que adora a la Virgen del Puig; el hombre que aún protagoniza nuestras fiestas en Camp de Mirra, en Russafa, en la cabalgata del Pregón… Es quien aún nos mira desde sus estatuas en Villarreal, sentado bajo nuestra Senyera, en Castellón con el privilegio de fundación en la mano, en Valencia tranquilo sobre el caballo señalando el camino al mar, en Ares del Maestre y en tantos otros pueblos donde se le recuerda en una plaza, en una calle, en una placa.
Pero además, los valencianos hacemos otro homenaje a nuestro gran monarca. La vida de Jaime I no fue fácil. Se crio sin padres, en un mundo hostil, rodeado de nobles ambiciosos que lo robaron y engañaron. La persona más importante de su vida probablemente fue su segunda esposa, la reina Violante de Hungría, una joven de unos dieciséis años que lo cautivó, en quien confió y que lo acompañó en la campaña valenciana. En nuestra fina sensibilidad, Violante de Hungría es también nuestra reina de leyenda. Su recuerdo está hoy más vivo que nunca, gracias a los Caballeros de la Conquista de Castellón. Por eso, seguimos visitando Vallbona de les Monges, conteniendo la respiración ante la sencilla tumba de aquella mujer admirable. Hace muchos años, cuando fui por primera vez a Vallbona, las monjas aún enseñaban el monasterio. Entonces, pregunté a la hermana por la reina Violante, y me dijo, reconociendo el acento: “¿Qué les pasa a los valencianos con doña Violante?”. Supongo que todos los valencianos conocen la respuesta.“Le debemos al rey Jaime I nuestro nacimiento como pueblo cristiano, porque ya éramos pueblo antes.
Le debemos al rey Jaime nuestro nacimiento como pueblo cristiano, porque ya éramos pueblo. Pero la percepción del monarca que fue Jaime I es distinta para las diferentes comunidades que formaron parte de la Corona de Aragón.
Aunque muchos lo quieran, el concepto de Corona de Aragón no evolucionó hacia una ‘nación’. La Corona de Aragón se componía de cinco estados —en ocasiones, seis e incluso siete— con leyes, fronteras e intereses diferentes, lo que provocó más de un enfrentamiento entre ellos.
Jaime I es ejemplo de este hecho. Jaime fue rey de Aragón, rey de Mallorca, rey de Valencia, conde de Barcelona y señor de Montpellier. En cada uno de estos territorios dejó su huella, que ha merecido un juicio distinto. Y es que en la Edad Media aparecen los reyes míticos, que forjaron las naciones de la Edad Moderna; es en esa época cuando vivieron los personajes que llenan nuestras leyendas y cuentos tradicionales.
Para los aragoneses, Jaime I fue un mal rey. Aunque Aragón realizó el esfuerzo decisivo en la conquista de Valencia, con señores como Pedro Fernández de Azagra o las milicias de las villas de Teruel y Daroca, la declaración de las nuevas tierras como un reino independiente y con leyes propias cortó la salida al mar del viejo estado. Por otra parte, Jaime delimitó las fronteras entre Aragón y Cataluña, favoreciendo a esta última al adjudicarle Lérida y Tortosa, que originalmente formaban parte de Aragón. La compensación con las tierras de Cantavieja y Mosqueruela, en principio valencianas, no compensó a los aragoneses, que desde entonces sintieron escasa simpatía hacia el monarca conquistador.
Tampoco los catalanes lo tienen en su nómina de soberanos favoritos. Jaime I renunció a las tierras y señoríos de Provenza y el Languedoc, y segregó de Cataluña las comarcas del Rosellón y la Cerdaña, adjudicándolas al Reino de Mallorca. Para muchos historiadores catalanes, Jaime I desperdició la herencia de los condes de Barcelona y su paciente labor realizada al norte de los Pirineos. Además, Jaime I tenía una visión patrimonialista de la Corona: los reinos eran suyos y podía repartirlos entre sus hijos, como efectivamente hizo. Desde 1242, fecha de su primer testamento, hasta 1276, cuando murió en Alzira, Jaime realizó varios repartos, dejando en uno de ellos un Reino de Valencia totalmente independiente, que debía heredar su tercer hijo, Jaime. Finalmente, sólo le sobrevivieron tres hijos: dos de ellos fueron reyes —Pedro, que heredó Aragón, Valencia y Cataluña; Jaime, rey de Mallorca— y Sancho, arzobispo de Toledo.
En cambio, para los valencianos, Jaime es nuestro gran monarca. Es el rey que quiso que fuésemos valencianos, y nada más, y que no consintió que termináramos siendo un apéndice de Aragón o del Condado de Barcelona. Es el soberano que conquistó esta tierra con la espada, pero también con pactos y acuerdos.
Nos dio leyes propias, los Fueros (1261), que nos rigieron durante casi 500 años; nos dotó de los instrumentos que nos permitieron crear instituciones pioneras en Europa, como el padre de huérfanos o el afermamozos. Para no depender de la nobleza para defender el territorio, nos permitió tener milicias, con banderas con nuestros colores, que después darían origen a nuestra Señera.
Jaime I no es para los valencianos el rey disoluto y caprichoso de los aragoneses; no es el rey temeroso e indeciso de los catalanes. Para nosotros, es el rey fundador, fuerte, el padre de nuestra nación. Es el rey que fundó Castellón; el monarca que adora a la Virgen del Puig; el hombre que aún protagoniza nuestras fiestas en Camp de Mirra, en Ruzafa, en la cabalgata del Pregón… Es quien todavía nos mira desde sus estatuas en Villarreal, sentado bajo nuestra Señera, en Castellón con el privilegio de fundación en la mano, en Valencia tranquilo sobre el caballo señalando el camino al mar, en Ares del Maestre, y en tantos otros pueblos donde se le recuerda en una plaza, calle o placa.
Pero además, los valencianos rendimos homenaje a nuestro gran monarca. La vida de Jaime I no fue fácil. Se crió sin padres, en un mundo contrario, rodeado de nobles ambiciosos que le robaron y engañaron. La persona más importante de su vida posiblemente fue su segunda esposa, la reina Violante de Hungría, una joven de unos dieciséis años que lo cautivó, en quien confió y que lo acompañó en la campaña valenciana. En nuestra fina sensibilidad, Violante de Hungría es también nuestra reina de leyenda. Su recuerdo hoy está más vivo que nunca, gracias a los Caballeros de la Conquista de Castellón. Por eso seguimos yendo a Vallbona de les Monges, a contener la respiración frente a la sencilla tumba de aquella mujer admirable. Hace muchos años, cuando fui por primera vez a Vallbona, aún enseñaban el monasterio las monjas. Entonces le pregunté a la hermana por la reina Violante, y me contestó, reconociendo el acento: “¿Qué les pasa a los valencianos con doña Violante?”. Supongo que todos los valencianos conocen la respuesta.
Pedro Fuentes Caballero
Acadèmic de la Real Acadèmia de Cultura Valenciana corresponent per Dénia
President de l’Associació Cultural Roc Chabàs de Dénia

Debemos al rey Jaime I nuestro nacimiento como pueblo cristiano, porque ya éramos pueblo antes. Pero la percepción del monarca que fue Jaime I es diferente para las distintas comunidades que formaron parte de la Corona de Aragón.
Porque, aunque muchos quieran creerlo, el concepto de Corona de Aragón nunca evolucionó hacia una “nación”. La Corona de Aragón se componía de cinco estados –en ocasiones, seis e incluso siete– con leyes, fronteras e intereses diferentes, que provocaron más de un enfrentamiento entre ellos.
Jaime I es un ejemplo de lo que digo. Jaime fue rey de Aragón, rey de Mallorca, rey de Valencia, conde de Barcelona y señor de Montpellier. En cada uno de estos territorios dejó una huella, que mereció un juicio diferente. Y es que en la Edad Media es cuando aparecen los reyes míticos que forjaron las naciones de la Edad Moderna, es en esa época cuando vivieron los personajes que llenan nuestras leyendas y los cuentos tradicionales.
Para los aragoneses, Jaime I fue un mal rey. Aunque Aragón realizó el esfuerzo decisivo en la conquista de Valencia, con señores como Pedro Fernández de Azagra, o las milicias de las villas de Teruel y Daroca, la declaración de las nuevas tierras como un reino independiente y con leyes propias cortó la salida al mar del antiguo estado. Por otro lado, Jaime delimitó las fronteras entre Aragón y Cataluña, favoreciendo a la segunda al adjudicarle Lérida y Tortosa, que originalmente formaban parte del primero. La compensación con las tierras de Cantavieja y Mosqueruela, inicialmente valencianas, no compensó a los aragoneses, que desde ese momento sintieron escasa simpatía por el monarca conquistador.
Tampoco los catalanes lo tienen en su nómina de soberanos favoritos. Jaime I renunció a las tierras y señoríos de Provenza y el Languedoc, y segregó de Cataluña las comarcas del Rosellón y la Cerdaña, adjudicándolas al Reino de Mallorca. Para muchos historiadores catalanes, Jaime I dilapidó la herencia de los condes de Barcelona y su paciente labor establecida al norte de los Pirineos. Además, Jaime I tenía una concepción patrimonialista de la Corona: los reinos eran suyos y podía repartirlos entre sus hijos, como así hizo. Desde 1242, fecha de su primer testamento, hasta 1276, cuando murió en Alzira, Jaime realizó varios repartos, dejando en uno de ellos un Reino de Valencia totalmente independiente, que debería heredar su tercer hijo, Jaime. Finalmente, solo le sobrevivieron tres hijos, dos de los cuales fueron reyes: Pedro, que heredó Aragón, Valencia y Cataluña; Jaime, que fue rey de Mallorca; y Sancho, que sería arzobispo de Toledo.
En cambio, para los valencianos, Jaime es nuestro gran monarca. Es el rey que quiso que fuésemos valencianos y nada más, y que no consintió que acabáramos siendo un apéndice de Aragón o del Condado de Barcelona. Es el soberano que conquistó esta tierra con la espada, pero también con pactos y compromisos.
Nos dio leyes propias, los Fueros (1261), que nos rigieron durante casi 500 años; nos dotó de los instrumentos que nos permitieron crear instituciones pioneras en toda Europa, como el padre de huérfanos o el afermamozos. Para no depender de la nobleza en la defensa del territorio, nos permitió tener milicias, con banderas en sus colores, que después darían origen a nuestra Senyera.
Jaime I no es para los valencianos el rey disoluto y caprichoso de los aragoneses; no es el rey temeroso e indeciso de los catalanes. Para nosotros es el rey fundador, fuerte, el padre de nuestra nación. Es el rey que fundó Castellón; el monarca que adora a la Virgen del Puig; el hombre que aún protagoniza nuestras fiestas en Camp de Mirra, en Russafa, en la cabalgata del Pregón… Es quien aún nos mira desde sus estatuas en Villarreal, sentado bajo nuestra Senyera, en Castellón con el privilegio de fundación en la mano, en Valencia tranquilo sobre el caballo señalando el camino al mar, en Ares del Maestre y en tantos otros pueblos donde se le recuerda en una plaza, en una calle, en una placa.
Pero además, los valencianos hacemos otro homenaje a nuestro gran monarca. La vida de Jaime I no fue fácil. Se crio sin padres, en un mundo hostil, rodeado de nobles ambiciosos que lo robaron y engañaron. La persona más importante de su vida probablemente fue su segunda esposa, la reina Violante de Hungría, una joven de unos dieciséis años que lo cautivó, en quien confió y que lo acompañó en la campaña valenciana. En nuestra fina sensibilidad, Violante de Hungría es también nuestra reina de leyenda. Su recuerdo está hoy más vivo que nunca, gracias a los Caballeros de la Conquista de Castellón. Por eso, seguimos visitando Vallbona de les Monges, conteniendo la respiración ante la sencilla tumba de aquella mujer admirable. Hace muchos años, cuando fui por primera vez a Vallbona, las monjas aún enseñaban el monasterio. Entonces, pregunté a la hermana por la reina Violante, y me dijo, reconociendo el acento: “¿Qué les pasa a los valencianos con doña Violante?”. Supongo que todos los valencianos conocen la respuesta.“Le debemos al rey Jaime I nuestro nacimiento como pueblo cristiano, porque ya éramos pueblo antes.
Le debemos al rey Jaime nuestro nacimiento como pueblo cristiano, porque ya éramos pueblo. Pero la percepción del monarca que fue Jaime I es distinta para las diferentes comunidades que formaron parte de la Corona de Aragón.
Aunque muchos lo quieran, el concepto de Corona de Aragón no evolucionó hacia una ‘nación’. La Corona de Aragón se componía de cinco estados —en ocasiones, seis e incluso siete— con leyes, fronteras e intereses diferentes, lo que provocó más de un enfrentamiento entre ellos.
Jaime I es ejemplo de este hecho. Jaime fue rey de Aragón, rey de Mallorca, rey de Valencia, conde de Barcelona y señor de Montpellier. En cada uno de estos territorios dejó su huella, que ha merecido un juicio distinto. Y es que en la Edad Media aparecen los reyes míticos, que forjaron las naciones de la Edad Moderna; es en esa época cuando vivieron los personajes que llenan nuestras leyendas y cuentos tradicionales.
Para los aragoneses, Jaime I fue un mal rey. Aunque Aragón realizó el esfuerzo decisivo en la conquista de Valencia, con señores como Pedro Fernández de Azagra o las milicias de las villas de Teruel y Daroca, la declaración de las nuevas tierras como un reino independiente y con leyes propias cortó la salida al mar del viejo estado. Por otra parte, Jaime delimitó las fronteras entre Aragón y Cataluña, favoreciendo a esta última al adjudicarle Lérida y Tortosa, que originalmente formaban parte de Aragón. La compensación con las tierras de Cantavieja y Mosqueruela, en principio valencianas, no compensó a los aragoneses, que desde entonces sintieron escasa simpatía hacia el monarca conquistador.
Tampoco los catalanes lo tienen en su nómina de soberanos favoritos. Jaime I renunció a las tierras y señoríos de Provenza y el Languedoc, y segregó de Cataluña las comarcas del Rosellón y la Cerdaña, adjudicándolas al Reino de Mallorca. Para muchos historiadores catalanes, Jaime I desperdició la herencia de los condes de Barcelona y su paciente labor realizada al norte de los Pirineos. Además, Jaime I tenía una visión patrimonialista de la Corona: los reinos eran suyos y podía repartirlos entre sus hijos, como efectivamente hizo. Desde 1242, fecha de su primer testamento, hasta 1276, cuando murió en Alzira, Jaime realizó varios repartos, dejando en uno de ellos un Reino de Valencia totalmente independiente, que debía heredar su tercer hijo, Jaime. Finalmente, sólo le sobrevivieron tres hijos: dos de ellos fueron reyes —Pedro, que heredó Aragón, Valencia y Cataluña; Jaime, rey de Mallorca— y Sancho, arzobispo de Toledo.
En cambio, para los valencianos, Jaime es nuestro gran monarca. Es el rey que quiso que fuésemos valencianos, y nada más, y que no consintió que termináramos siendo un apéndice de Aragón o del Condado de Barcelona. Es el soberano que conquistó esta tierra con la espada, pero también con pactos y acuerdos.
Nos dio leyes propias, los Fueros (1261), que nos rigieron durante casi 500 años; nos dotó de los instrumentos que nos permitieron crear instituciones pioneras en Europa, como el padre de huérfanos o el afermamozos. Para no depender de la nobleza para defender el territorio, nos permitió tener milicias, con banderas con nuestros colores, que después darían origen a nuestra Señera.
Jaime I no es para los valencianos el rey disoluto y caprichoso de los aragoneses; no es el rey temeroso e indeciso de los catalanes. Para nosotros, es el rey fundador, fuerte, el padre de nuestra nación. Es el rey que fundó Castellón; el monarca que adora a la Virgen del Puig; el hombre que aún protagoniza nuestras fiestas en Camp de Mirra, en Ruzafa, en la cabalgata del Pregón… Es quien todavía nos mira desde sus estatuas en Villarreal, sentado bajo nuestra Señera, en Castellón con el privilegio de fundación en la mano, en Valencia tranquilo sobre el caballo señalando el camino al mar, en Ares del Maestre, y en tantos otros pueblos donde se le recuerda en una plaza, calle o placa.
Pero además, los valencianos rendimos homenaje a nuestro gran monarca. La vida de Jaime I no fue fácil. Se crió sin padres, en un mundo contrario, rodeado de nobles ambiciosos que le robaron y engañaron. La persona más importante de su vida posiblemente fue su segunda esposa, la reina Violante de Hungría, una joven de unos dieciséis años que lo cautivó, en quien confió y que lo acompañó en la campaña valenciana. En nuestra fina sensibilidad, Violante de Hungría es también nuestra reina de leyenda. Su recuerdo hoy está más vivo que nunca, gracias a los Caballeros de la Conquista de Castellón. Por eso seguimos yendo a Vallbona de les Monges, a contener la respiración frente a la sencilla tumba de aquella mujer admirable. Hace muchos años, cuando fui por primera vez a Vallbona, aún enseñaban el monasterio las monjas. Entonces le pregunté a la hermana por la reina Violante, y me contestó, reconociendo el acento: “¿Qué les pasa a los valencianos con doña Violante?”. Supongo que todos los valencianos conocen la respuesta.
Pedro Fuentes Caballero
Acadèmic de la Real Acadèmia de Cultura Valenciana corresponent per Dénia
President de l’Associació Cultural Roc Chabàs de Dénia
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