Noticias de la Marina Alta
Amadem advierte cómo la violencia en el ámbito laboral y digital agrava la salud mental de las mujeres
El acoso sexual, la brecha salarial, la precarización derivada de la feminización de determinados empleos o la discriminación por ejercer derechos laborales; son algunas de las formas de violencia que muchas mujeres siguen sufriendo en sus puestos de trabajo.
Así lo señala Luisina Daives, psicóloga de Amadem, la ONG para la Salud Mental de la Marina Alta. Estas situaciones no solo perpetúan la desigualdad, sino que también incrementan de manera significativa el riesgo de desarrollar trastornos de salud mental.
Según Daives, la violencia machista es “la punta de un gran iceberg” detrás del cual se esconde una profunda desigualdad estructural que afecta a todas las mujeres en diferente medida. Ser víctima de violencia de género aumenta la vulnerabilidad a padecer ansiedad, depresión, trastornos adaptativos, estrés postraumático, adicciones o trastornos de la conducta alimentaria, entre otras afecciones psicológicas.
La especialista hace especial hincapié en la violencia más invisible, aquella que no siempre deja marcas físicas, pero que impacta de forma directa en el mundo interior de las mujeres y va deteriorando progresivamente su bienestar y su autonomía. En este sentido, destaca la creciente presencia de la violencia digital, que se manifiesta a través del control y la manipulación en redes sociales y dispositivos móviles, muchas veces disfrazados de amor o preocupación. “Ese control no es amor sano”, advierte, subrayando la importancia de educar a las personas más jóvenes para identificar y rechazar estas conductas.
Asimismo, Daives recuerda que las mujeres con problemas de salud mental se encuentran en una situación de especial vulnerabilidad frente a la violencia de género. Entre los factores que explican esta realidad menciona el estigma asociado a la enfermedad mental, que puede derivar en aislamiento social; la falta de una red de apoyo o de independencia económica; las dificultades de acceso a la información y a recursos adecuados; o la menor credibilidad que suele otorgarse a su testimonio.
A ello se suman una baja autoestima, el sentimiento de no ser capaces de afrontar la vida en solitario y una mayor propensión a normalizar o justificar relaciones abusivas, motivadas por la inseguridad y la sensación de poca valía. “Todo esto incrementa el riesgo de establecer vínculos desiguales y de que la violencia pase inadvertida, tanto para la propia víctima como para su entorno”, apunta la psicóloga.
Desde Amadem insisten en la necesidad de educar en valores, fomentar la defensa de los derechos humanos y actuar de forma colectiva ante cualquier situación de vulneración, especialmente cuando afecta a los colectivos más vulnerables, como la infancia, las mujeres, las personas inmigrantes, mayores, del colectivo LGTBIQ+ o racializadas. Solo así, concluyen, “será posible avanzar hacia una sociedad más justa, igualitaria y respetuosa con la salud mental de todas las personas”.
El acoso sexual, la brecha salarial, la precarización derivada de la feminización de determinados empleos o la discriminación por ejercer derechos laborales; son algunas de las formas de violencia que muchas mujeres siguen sufriendo en sus puestos de trabajo.
Así lo señala Luisina Daives, psicóloga de Amadem, la ONG para la Salud Mental de la Marina Alta. Estas situaciones no solo perpetúan la desigualdad, sino que también incrementan de manera significativa el riesgo de desarrollar trastornos de salud mental.
Según Daives, la violencia machista es “la punta de un gran iceberg” detrás del cual se esconde una profunda desigualdad estructural que afecta a todas las mujeres en diferente medida. Ser víctima de violencia de género aumenta la vulnerabilidad a padecer ansiedad, depresión, trastornos adaptativos, estrés postraumático, adicciones o trastornos de la conducta alimentaria, entre otras afecciones psicológicas.
La especialista hace especial hincapié en la violencia más invisible, aquella que no siempre deja marcas físicas, pero que impacta de forma directa en el mundo interior de las mujeres y va deteriorando progresivamente su bienestar y su autonomía. En este sentido, destaca la creciente presencia de la violencia digital, que se manifiesta a través del control y la manipulación en redes sociales y dispositivos móviles, muchas veces disfrazados de amor o preocupación. “Ese control no es amor sano”, advierte, subrayando la importancia de educar a las personas más jóvenes para identificar y rechazar estas conductas.
Asimismo, Daives recuerda que las mujeres con problemas de salud mental se encuentran en una situación de especial vulnerabilidad frente a la violencia de género. Entre los factores que explican esta realidad menciona el estigma asociado a la enfermedad mental, que puede derivar en aislamiento social; la falta de una red de apoyo o de independencia económica; las dificultades de acceso a la información y a recursos adecuados; o la menor credibilidad que suele otorgarse a su testimonio.
A ello se suman una baja autoestima, el sentimiento de no ser capaces de afrontar la vida en solitario y una mayor propensión a normalizar o justificar relaciones abusivas, motivadas por la inseguridad y la sensación de poca valía. “Todo esto incrementa el riesgo de establecer vínculos desiguales y de que la violencia pase inadvertida, tanto para la propia víctima como para su entorno”, apunta la psicóloga.
Desde Amadem insisten en la necesidad de educar en valores, fomentar la defensa de los derechos humanos y actuar de forma colectiva ante cualquier situación de vulneración, especialmente cuando afecta a los colectivos más vulnerables, como la infancia, las mujeres, las personas inmigrantes, mayores, del colectivo LGTBIQ+ o racializadas. Solo así, concluyen, “será posible avanzar hacia una sociedad más justa, igualitaria y respetuosa con la salud mental de todas las personas”.
















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